Ese monstruoso 2013 (última entrada del año)

Escrito por las patitas de Cucaracha en su guarida martes, diciembre 31, 2013

No, no, no; este año no se me puede pasar lo de la entrada de despedida del 2013. Ya me pasó el año pasado, que fue un 2012 cojonudo que quedó finalmente sin broche final, y todos los motivos que tuve para no escribir la entrada me supieron después a excusa barata. Este año no puede quedar sin un buen final puesto que es un año para el recuerdo. Sea como sea, esta entrada se publicará antes de las 12 de la noche.

Pues el 2013 ha sido un año importante. Ha sido un año, como no podía ser de otra forma, lleno de monstruos.

Y esto es remarcable porque, y he aquí algo parecido a una breve sinopsis que he repetido ya hasta la saciedad, confieso que desde muy pequeña he convivido con un monstruo. No os imaginéis aquí a una criatura con cuerpo de mujer, ojos fieros e instinto asesino, ni a un engendro horripilante cuya simple visión menguaría nuestra cordura. Imaginad mejor a un ser simpático y pequeñito y, eso sí, muy muy charlatán; un bicho con una vocecita aguda que no para de dar toquecitos al hombro y señalar lugares, gestos, frases, melodías, ideas, palabras evocadoras, recuerdos emotivos y mil cosas más, mientras no para de hablar sobre "¿Qué pasaría si...?", "Si montásemos todo esto en una historia..." y, al final de todo eso, su gran frase: "Para que todo esto tome forma y sea algo real de alguna forma, no te queda otra que escribirlo".

Ese monstruo pequeñín no ha crecido en tamaño, lo que me permite llevarlo a todas partes para que siga tomando nota de todo lo que ve; pero sí se ha vuelto con el tiempo algo más maduro y perspicaz, por lo que cada año pesa un poquito más que el anterior y se hace notar con más frecuencia. Es mi monstruo inseparable al que siempre le regalo una porción de mi vida, ya que él ha dedicado la mayor parte de la suya a mí.

Este año ha tenido muchos altibajos para mi monstruito y para mí. Nos hemos topado de bruces con monstruos más grandes y astutos, de esos que saltan a veces en tu camino. En algunos casos sólo lo hacen para asustarte, mientras que en otros consiguen hacerte caer. Mi monstruito y yo tuvimos un tropiezo a principios de año con un monstruo editorial que resultó tener una segunda cara oculta que no sospechábamos y que al fin se dejó ver; tropecé y (confieso) a punto estuve de dejar caer a mi pequeño monstruo  en las garras de una bestia cobarde y peligrosa que bordea siempre las lindes del camino y observa desde las sombras, esperando a que alguien se de por vencido y sucumba a su trampa de abandono y rendición. Pero, por suerte, mi pequeño bichejo no acabó en el cementerio de los sueños muertos; la verdad, yo nunca he estado hecha de esa madera.

Aunque no todo depende de mí, claro está; también tengo muy en cuenta a todas esas personas que son  unos verdaderos monstruos en el buen sentido. Estos monstruos gigantes, inmensos, que llevan años ahí a mi lado, hombro con hombro, o que se van incorporando poco a poco y que he tenido la suerte de conocer durante este 2013. Es una pasada convivir con ellos, aprender de ellos, sufrir, reír y disfrutar de la vida con ellos. Solo el hecho de tenerlos ahí me ayuda a caminar sin pausa, sorteando cada vez con más habilidad a esos otros monstruos disfrazados con máscaras de sonrisas pintadas. Sólo el hecho de tener cerca a esos gigantes consigue impulsarnos a mi pequeño monstruo y a mí hasta el infinito y más allá. Incluso sin que muchos de ellos mismos sospechen alcanzar tal estatura, incluso aunque ni siquiera piensen que este párrafo puede estar refiriéndose a ellos.

Gracias a todo eso, de una forma u otra, mi monstruito y yo construimos otra monstruosidad, nuestro pequeño Ontromus, que sigue creciendo y creciendo y que nadie sabe bien hasta dónde crecerá hasta que podamos determinar al fin el tamaño definitivo de la cuna que tendremos que hacerle. Y eso es genial: es fantástico ver cómo el trabajo da su fruto. Es como un gran escalón en el que apoyarte para seguir dando pasos hacia arriba. Es así como me siento: con el ánimo hacia arriba, cada vez más alto, y con mi monstruito sentado en mi hombro dándome ánimos. 

No sé... Soy consciente de que se trata de un proyecto modestito,  cuyo alcance irá en consecuencia, pero ha sido suficiente para darme alas. El hecho de que estemos sacando adelante algo surgido de la nada con nuestras propias manos me hace creer, cada vez con más firmeza, que mis metas están ahí al alcance de mi mano y que tan solo necesito seguir luchando cada vez un poquito más.

Porque en este final de 2013 yo también me siento como un monstruo; uno de esos imparables, optimistas, con ganas de zamparse el año que viene de un bocado. Y el siguiente, y el siguiente...

Y a todos vosotros, que hayáis llegado a parar a estas líneas por algún motivo (o por ninguno), también os deseo un 2014 monstruosamente espectacular. ¡A zamparse ese fin de año!

QKRX.

Sangrar

Escrito por las patitas de Cucaracha en su guarida viernes, diciembre 13, 2013

 A veces escribir no consiste en escribir. A veces, primero, escribir consiste en pensar.

Soy una persona que escribe pensando la mayor parte del tiempo. Me gusta escribir pensando antes de escribir escribiendo. Así es como se escribe planeando; cerrar bien todos los cabos sueltos, asentar la estructura y las bases, lo que será y lo que no podrá ser, y luego moldear el contenido tratando de dar el mejor uso a cada palabra, de impregnarlas del sentimiento y la forma que se destilaba en el instante en el que la historia se escribía en el pensamiento. No es algo sencillo, pero sí placentero y satisfactorio.

Pero hay momentos en los que, simplemente, no hay tiempo para pensar. Cuando el contenido supera a la necesidad de obtener una forma estable, cuando lo que impera es derramar ese torrente de pasiones sobre el vocabulario y la gramática, pugnando a arañazo limpio por salir de su cautiverio, no hay cabida para planteamientos lógicos; únicamente puedo entonces sangrar las palabras sin control ni medida, hurgar en la llaga y entregarle las riendas al flujo caótico, al contrario de lo que suele suceder. Son las ocasiones en las que escribo sangrando.

Evaluando fríamente mi trayectoria, me doy cuenta de que mis obras más conmovedoras, las que más se clavan y se aferran al recuerdo, son retazos rasgados e incoherentes de textos manchados de sangre.
Sé que probablemente nadie más llegue a leer esos textos, pues tampoco tengo un gran empeño en que así sea. Pero siempre será inevitable que en aquellos escritos que sí espero que lleguen a ser leídos —no hay que dejar de luchar por ello— quede un rastro tenue de sangre, tan diluido que cueste distinguir los puntos exactos en los que se vertieron las gotas.


Mientras esto sea así, por mucho que mute mi estilo o maduren mis ideas… mis escritos seguirán siendo míos. Completa e indudablemente míos.